Pues ya quedé con La Vegana y la no-cita fue a las mil maravillas, como la primera vez.
Me parece increíble la manera en la que fluye la conversación, los valores compartidos, los puntos de vista comunes, la manera tan guay que tiene de escuchar(me). Hace tanto que no me sentía tan yo, tan libre, frente a alguien que me gusta...
No hubo coqueteo, aunque yo, que no soy tonta, le voy ofreciendo mi ayuda en algunos temas, que si le dejo un libro (que le encanta), que vuelvo del baño y no está mirando el móvil sino el libro -adoro-, que me dice que sí a mi propuesta de colaboración laboral, mi corazón explota en mil pedazos y le pido la mano para cerrar el trato.
Qué mano tan suave, tan pequeñita, tan agradable; el contacto físico siempre es bueno, quería tocarla y no sabía como.
Voy tejiendo hilos invisibles de vínculo con pequeñas acciones, algunas -muchas- deliberadas, otras inconscientes.
Y descubro que usa algún filtro en sus vídeos en redes sociales, pero es que en directo es muchísimo mejor, se dejan ver esas patas de gallo, arrugas de expresión, que me vuelven loca. Me revelan que es una chica que se ha reído mucho en la vida, a diferencia de mí, que tengo menos patas de gallo y dos vías de tren en el entrecejo.
Pero... ¿ya han pasado 3 horas? ¿Ya nos tenemos que despedir?
Mira, yo no sé si esto nos llevará algún lado, pero la sonrisa tonta que llevé todo el camino calle abajo, media hora hasta llegar a la estación de tren, no me la quita nadie.
Aunque puede que la cerveza ayudara, es que todo era bonito, tranquilo, me la sudaban los millones de guiris que abarrotaban la acera de la Pedrera, mira, ahí vi a Sara García por primera vez y hablé con ella, anda, qué expo más chula parece que hay en el Palau Robert, me voy a poner esta canción a todo volumen en mis cascos porque en estos momentos sólo existe ella, yo, y la ciudad es un mero decorado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario